
Todo empezó con dos cafés con hielos,
una tarde de septiembre
hace ya demasiado tiempo
en una terraza de la estación de Metropolitano.
Su sonrisa prometía
todo lo que yo estuve esperando hasta el final.
Mientras tanto, yo trataba de resumir
cinco párrafos de palabras nerviosas e inconexas,
en una frase lo suficientemente seria
que compensase lo que le decía con la mirada
(que es un medio de comunicación que nunca controlé bien).
Cuando acabó ese otoño,
yo seguía controlando las palabras
(sin entender muy bien por qué),
y él seguía prometiendo sin control.
Como iba diciendo:
todo empezó con dos cafés con hielos
una tarde de septiembre
en una terraza en la estación de Metropolitano.
De aquella tarde me queda el café,
que desde entonces acostumbro a tomar con hielos,
(por ese regusto amargo que da el recrearse en la nostalgia).
Todo lo demás se fue disipando, como sus promesas.
Hoy todas las terrazas del país están cerradas
y alguien quiso ayudarme a borrar las huellas
de lo que no fue,
porque ahora, en los planos del metro de Madrid,
ya no existe la estación de Metropolitano.